Los actores privados han sido beneficiados por el Estado en proyectos de infraestuctura, sin embargo, los pueblos indígenas no gozan de esa misma agilidad cuando piden titulación o ampliación de sus tierras. Foto de obra en carretera de Bagua a Imacita, julio 2009. (Archivo J. Fowks)


Un grupo de destacados estudiantes indígenas de la Amazonía expresa en medio de la coyuntura electoral sus preocupaciones ante el futuro político y el futuro de sus propias comunidades: la corrupción y la afectación de sus territorios y el medio ambiente están entre sus principales llamados de atención.
Esta mañana, la jefa del programa de Pueblos Indígenas de la Defensoría del Pueblo, Alicia Abanto, comentó en un encuentro con medios en Lima que hay «un avance tremendo, una promoción desesperada» (por parte de entidades públicas) en la relación con actores privados (y sus gestiones) y no hay esa misma agilidad para los derechos de los pueblos indígenas.
Por su parte, el antropólogo Richard Smith, luego de mostrar mapas en los que se superponen concesiones forestales, mineras y de hidrocarburos con comunidades ribereñas, campesinas, nativas y nativos aislados, concluyó que el Perú debería revisar por qué como sociedad y como Estado no ha tenido el interés de hacer visibles las comunidades y pueblos indígenas.
A continuación, el pronunciamiento en su formato original:

Castro, uno de los firmantes de la carta. Doujoreanni, cuyas recomendaciones están presentes en el documento.

Un grupo de destacados académicos, expertos en medio ambiente, experimentados en trabajo científico sobre recursos de la Amazonía o en activismo y defensa de derechos de comunidades, han realizado recomendaciones urgentes a los ministros de Relaciones Exteriores, Ambiente, Energía y Minas y el presidente del Centro de Planificación (Ceplan) antes de que el Gobierno Peruano firme el Acuerdo de Integración Energética con Brasil.
Desde mediados de 2009, cuando en Lima supimos del rechazo en Madre de Dios hacia el proyecto de la hidroeléctrica de Inambari, el Gobierno ha reiterado la importancia de la alianza estratégica con Brasil y en diciembre el presidente Luis Inacio ‘Lula’ da Silva visitó Lima para la firma del Acuerdo de Integración Energética. El experto Marc Dooujoreanni señaló hace un par de semanas que dicho instrumento no se firmó porque Brasil exigía mayores garantías para inversiones y concesiones que deben duran en promedio unos 30 años.
Entre las recomendaciones, los firmantes de la carta sostienen que ambos Gobiernos deben comprometerse al mejoramiento, armonización y cumplimiento de la legislación ambiental sobre evaluación y gestión del impacto social y ambiental del conjunto de las represas hidroeléctricas proyectadas.
Asimismo, solicita informar oportunamente a la sociedad los términos de compra y venta de energía entre los países, incluso los términos de la negociación en los momentos de sequía.
Un excelente documento sobre los proyectos de infraestructura en la selva previstos por diferentes ministerios peruanos y ProInversión y de los cuales no ha habido información transparente, está disponible aquí, gracias al trabajo de un equipo que lideró Dourojeanni.
El libro expresa el mismo tipo de preocupación de la carta, pues da cuenta de que el Gobierno acepta diversos proyectos y concesiones sin un plan, sin discusión previa y sin considerar los costos económicos, sociales y medio-ambientales de dichas inversiones, muchas de las cuales se hacen con crédito del Gobierno peruano solicitado a multilaterales.
La Sociedad Peruana de Derecho Ambiental invita a los ciudadanos a suscribir la carta enviada a los ministros, enviando un correo con nombre, DNI e institución de adscripción a info@actualidadambiental.pe

Adjunto algunos recursos que usé para presentar una investigación corta sobre cómo la TV de Lima abordó el conflicto-tragedia de Bagua, qué pudo hacerse de otro modo, y cómo cubrir en adelante temas que en la capital suenan lejanos e incomprensibles, pero que son de urgencia e importancia en los otros departamentos.
Una de las ideas principales que compartí fue la necesidad de que los periodistas tengamos una actitud más equitativa, horizontal e inclusiva hacia los peruanos que no lucen físicamente como los urbanos, que no tienen el castellano como lengua materna, y que no comparten la misma cosmovisión.
Además, concordamos en que es un desafío hacer un periodismo que respete las reglas ‘visuales’ del periodismo televisivo y a la vez transmitir información y explicación.

Diapositivas de síntesis:

Diapositivas con portadas del semanario ‘Nor Oriente’ de Jaén, posteriores a los enfrentamientos del 5 de junio y mención en la encuesta nacional de Ipsos-Apoyo julio 2009 sobre el mal manejo del Gobierno de dicho conflicto.

La periodista Rosa María Palacios pide disculpas al público porque la prensa debió haber tratado como noticia los decretos legislativos rechazados por las organizaciones amazónicas, 55 días antes del enfrentamiento en la Curva del Diablo (Bagua)

R.M. Palacios pregunta a dos ministras de Estado por qué recién el 8 de junio aluden al trato equitativo a los ciudadanos de la selva y el respeto a sus derechos.

El reportero de Enemigos Íntimos Alonso Gamarra explica qué más debió haber hecho la prensa de la capital para no quedarnos «una vez más con una verdad oficial entre las manos».

Estas ideas fueron presentadas durante el seminario ‘TV y Democracia’ realizado el fin de semana último con la participación de unos 50 líderes de opinión, entre ellos, universitarios, políticos, periodistas y algunos académicos peruanos y extranjeros.

Además: una entrevista a una de las mejores expositoras del evento –Carmen Caffarel– por Marco Sifuentes.

Fragmento de mapa de M.F. Paz Soldán de colección de David Rumsey.

Fragmento de mapa de M.F. Paz Soldán (s. XIX) de colección de David Rumsey.

Onur Bakiner es un estudiante de doctorado en Ciencia Política -especialista en el Perú y Chile- que tuvo una rápida reacción analítica luego de los hechos del 5 de junio en Bagua. Traduje su texto originalmente escrito en inglés el 17 de junio. Es muy valiosa su mirada sobre quiénes tienen derecho a tener derechos en el Perú. No se pierdan los últimos seis párrafos.

La política como manejo de crisis: violencia en la Amazonía peruana
Original en /
Questionpolitics, 17 de junio 2009 en Qpolitics

‘Vulnerabilidad’ alude a la falta de defensas contra ataques o amenazas. En un sentido político, la vulnerabilidad se contrapone a los mecanismos de protección –física, social y económica- proporcionados por el Estado. La exclusión de la violencia como medio para la resolución de conflictos, el sistema de derechos humanos fundamentales acompañado de libertades civiles y políticas, y la creación de un sistema de protección social sirven para proteger a los ciudadanos y comunidades de conflictos letales, intrusiones arbitrarias de funcionarios en la vida individual y social, shocks impredecibles en los mercados y similares.

La vulnerabilidad no es una susceptibilidad previa o no-política a la violencia o la pérdida material; sino que los criterios de inclusión/exclusión, diferenciación social y estratificación, orden y conflicto, están determinados a través de mecanismos políticos que generan, legitiman y reproducen las relaciones de poder en toda sociedad. La exclusión del status político-legal, es decir, ciudadanía por ejemplo, ha llevado a la vulnerabilidad más preocupante de los tiempos modernos –lo que Hannah Arendt llama “el derecho de tener derechos”. La lectura de Arendt sobre la época de entreguerras como precursora del Holocausto demuestra que revocar el derecho a participar en una comunidad política (derechos ciudadanos) anula hasta la más elemental defensa de los derechos humanos universales e inalienables (derechos del hombre).

Mientras que la inclusion politico-legal en una comunidad política es indispensable para superar las vulnerabilidades, la pura ciudadanía no es de ninguna manera suficiente cuando los individuos y comunidades carecen de acceso significativo a sus derechos –legalmente reconocidos- y a la participación política en los mecanismos de resolución de conflicto. La población Amazónica del Perú enfrenta hoy precisamente tal pluralidad de vulnerabilidades en las cuales los hechos históricos como pérdidas socioeconómicas, falta de acceso efectivo a los procesos politicos nacionales y exclusión racista, combinados con un nuevo tipo de indefensión originada en el mercado debido a la extracción de recursos naturales por compañías estatales o multinacionales –una tendencia creciente no sólo en el Perú sino en toda la Amazonía Occidental. (enlace a un estudio topográfico de los proyectos de petróleo y gas en esta amplia zona)

Pero esta novel constelación de conflictos data de 2004, cuando el entonces presidente Alejandro Toledo decidió abrir la propiedad de nativos de la Amazonía peruana a la exploración y explotación de petróleo/gas y a actividades madereras. El gobierno siguiente de Alan García adoptó una postura más agresiva para implementar políticas neoliberales, las cuales encontraron resistencia de las poblaciones nativas de la selva. El proceso de 57 días de bloqueos de carreteras y paros, acompañado por la renuencia del gobierno de iniciar un diálogo formal, condujo a violentos enfrentamientos del 5 y 6 de junio en Bagua, con ciclos de ataques y contrataques entre la Policía Nacional y nativos armados, que dejaron un balance general de al menos 22 policías y muchos nativos muertos, cientos más heridos y denuncias de desapariciones forzadas a manos de las fuerzas de seguridad.

Los hechos reales de violencia aún están en fuerte debate, pues la version oficial no calza con evidencias testimoniales y documentación fotográfica recogida tanto por grupos nativos como por ONG nacionales e internacionales y la prensa. (Para una excelente compilación de versiones alternativas de los incidentes, un blog en castellano) En respuesta, el gobierno derogó las leyes para calmar la tensión.
Como anota el comentarista Mirko Lauer, el último incidente de violencia da cuenta del fracaso de una estrategia de manejo de conflictos que el estado peruano ha suscrito por largo tiempo: ignorar las demandas populares a menos que los medios nacionales e internacionales presten atención, y si lo hacen (lo cual casi siempre requiere espectáculos sensacionalistas de violencia e interrupción de la actividad económica) ‘satisfacer’ las demandas en extensos procesos de negociación y concesión.
En realidad, no hay explicación que justifique por qué el Estado optó por no iniciar el diálogo con la población amazónica durante dos meses –dicho sea de paso, consultar a las poblaciones indígenas sobre el uso de sus tierras no es un mero requisito práctico, sino un derecho salvaguardo por acuerdos internacionales ratificados por el Estado Peruano. Al parecer, el gobierno esperaba terminar la protesta social con la acción de la policía, pero los nativos probaron estar mejor organizados y armados que lo que se suponía –lo cual explica el alto número de bajas en la policía. Pese a que la violencia merece una condena absoluta moral y legal, desde una perspectiva política, sin embargo, la pregunta persiste: ¿por qué el Estado no fue capaz de resolver el conflicto durante dos meses (si no muchos años) antes del violento giro de los acontecimientos?

El discurso antes, durante y después de la violencia de Bagua aporta más luz a la naturaleza de la exclusión sufrida por las comunidades nativas. El discurso clásico racista pinta a estas personas como ‘salvajes’ que no valoran el desarrollo económico, predispuestos a la violencia y con un discurso no patriota de propiedad a expensas del resto del Perú.

Mientras la pata de la ‘exclusión histórica’ de la vulnerabilidad se constituye mediante el racismo, los nativos enfrentan una segunda forma de exclusión, una cuyos orígenes se encuentran en las doctrinas de seguridad nacional de la Guerra Fría y cuya forma contemporánea fue determinada por las tendencias post 11/9: los manifestantes constituyen una amenaza a la seguridad nacional. La criminalización de la protesta social va de la mano con la deslegitimación de los nativos como agentes de intereses extranjeros subversivos –no sorprende, Venezuela y Bolivia son los objetos privilegiados de demonización. Los nativos son salvajes enemigos de la tecnología, sin embargo, usan las más avanzadas tecnologías de la comunicación para humillar al Perú ante la comunidad internacional; son culturas prehispánicas remotas, auto-aisladas, sin embargo, colaboran con Chávez y Morales en una conspiración internacional; tienen un modo primitivo de entender el desarrollo económico, pero poseen la capacidad de obstruir la actividad económica en la nación latinoamericana con más rápido crecimiento en los últimos 15 años. La simultánea adopción de miedos muy antiguos y el discurso moderno de seguridad nacional busca lograr una exclusión discursiva hegemonizando todo el universo ideológico de significados disponibles al público nacional.

La exclusion require de mucho más que herramientas de discurso, por supuesto. Las leyes, pese a su capacidad de resolver conflictos en otros espacios, han servido como un arma de vulnerabilidad contra vastos sectores de la población peruana. La criminalización de la protesta social se logró a través de normas que sancionaban el terrorismo y la sedición. La política económica de la exclusión es asimismo la consecuencia de cambios legales: la Constitución de 1993, preparada y ratificada durante el primer año de la dictadura de Fujimori, eliminó la inalienabilidad del suelo peruano. Los Tratados de Libre Comercio entre el Perú y otros estados (principalmente con EEUU) generaron presiones para la aprobación de normas y regulaciones que facilitaran la comercialización de la tierra, aunque el Estado peruano no ha podido liberalizar su régimen de tierras, especialmente por la resistencia de las comuidades amazónicas y sus aliados nacionales e internacionales. La administración García no logró aprobar dos leyes de liberalización en 2008, lo cual condujo a los actuales (y nuevamente fallidos) intentos de aprobar una legislación similar. (Para un análisis legal de la crisis en curso sobre las tierras de la Amazonía, ver el estudio de IDL en castellano)

El subsecuente punto muerto de la política puede entenderse como dos paradojas simultáneas:
(1) Los intereses particulares de una elite local, criolla, económico/política, combinados con los intereses de las multinacionales, son presentados como los intereses universales de toda la sociedad peruana. La seguridad nacional y el desarrollismo económico, dos pilares de la normativa legal nacional y del discurso de los medios, disimulan el crudo móvil de lucro desprovisto de responsabilidad social, el borrado de fronteras regionales o nacionales, y las limitaciones redistributivas del crecimiento económico neoliberal.

(2) La ausencia de legalidad, o de un control policial transparente, en vastas áreas de la selva peruana, genera un nuevo régimen de soberanía en la cual la política es entendida como una serie de técnicas de manejo de crisis en vez de un orden legal territorial orientado hacia la justicia, libertad y seguridad (protección). El Estado encuentra legitimación pero sin invocar su fuente tradicional de legitimidad. Asegurar la actividad económica a un costo socialmente aceptable es el examen para asegurar el consentimiento popular. Mientras el continuo crecimiento económico parezca respaldar este modelo de política-al-estilo-de-manejo-de-crisis, el “costo social” en Bagua –en la forma de innumerables muertos, desaparecidos y heridos– definitivamente desafiará al gobierno actual, y acaso también al modelo de legitimación como tal.

El modelo neoliberal de la política-como-manejo-de-crisis en efecto no excluye la violencia como una anormalidad, aberración o externalidad en una sociedad política; la violencia es internalizada como un costo social. Mientras que la exclusión discriminatoria sociohistórica niegue todo acceso significativo al reclamo político, la protesta social en la periferia de la nación no tiene, efectivamente, otra vía que las demostraciones sensacionalistas y escandalosas de violencia, hasta que los disturbios pongan en riesgo la actividad económica y la imagen del gobierno al punto que los imperativos del manejo de crisis requieran una instancia temporal y limitada de diálogo entre quienes protestan y el gobierno. Entonces, ¡no habrá violencia hasta la siguiente ola de violencia!

Para concluir, creo que la defensa de los derechos de las personas deben descartar la violencia como vía política y debe enfocarse en crear redes entre actors locales, nacionales y transnacionales para asegurar el acceso a soluciones/reparaciones judiciales nacionales e internacionales. Temo que la representación de los nativos como luchadores por la libertad con un espíritu de ‘fiera independencia’, por benevolente que sea, reproduce estereotipos raciales, impide apreciar la complejidad de la protesta social, facilita la criminalización de demandas legítimas y provoca la muerte de inocentes –tanto civiles como de las fuerzas de seguridad.

En cuanto a las tierras indígenas, hay un marco normativo emergente: varias normas y regulaciones nacionales, como el Reglamento de Participación Ciudadana para la realización de Actividades de Hidrocarburos (2008), el Convenio de la OIT (No. 169) sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes (1989), el Artículo 10 de la Declaración de Naciones Unidas sobre los derechos de los Pueblos Indígenas (2007), y las decisiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, determinan sin duda que hay un proceso de creación de normas que establecerá el ‘consentimiento informado’ de los pueblos indígenas como precondición de la actividad económica en (tierra) territorio indígena. La protección medioambiental, otro campo legal emergente, ya ha generado un gran caso judicial, pues los representantes del pueblo Ashuar han acusado ante una corte estadounidense a la empresa Occidental Petroleum –con base en California- por violar estándares industriales y por contaminación de aguas. Las noticias más recientes disponibles en línea muestran que el litigio está en proceso de apelación luego de una inicial desestimación.
En países como el Perú, donde un cierto porcentaje de la población carece de documento de identidad, los activistas y políticos deben concentrarse en la inclusión, es decir, promover el ‘derecho a tener derechos’ y en acceso significativo a mecanismos legales para detener la violencia, lograr justicia y resolver conflictos.