La siguiente crónica es de Alejandro Fernández, ex director de Radio Progreso (2001-2002) y de Fe y Alegría en Honduras. Él se encuentra ahora en El Progreso, ciudad importante en el departamento de Yoro, uno de los 18 de ese país. Gracias a Pablo Espinoza por compartir el texto.
La primera impresión que tuve al llegar a Honduras la mañana del lunes 29 es la de entrar en un país que vivía con serenidad un cambio de régimen irrelevante para la ciudadanía. Luego, los acontecimientos de todo el día se ha ido encargando de devolverme panoramas mucho más sombríos y complejos. Para entrar a El Progreso, ciudad en la que permanezco, hay que traspasar el Puente de la Amistad que hoy ha permanecido cerrado al tráfico todo el día: desde las 9 de la mañana a las 6 de la tarde. Mañana la gente está convocada de nuevo para las siete a la resistencia pacífica.
Llegué al país con el rumor terrible del asesinato de Cesar Ham, líder de la formación izquierdista Unificación Democrática. Inmediatamente, en el puente, que tuve que pasar caminando, me confirmaron que no era cierto. Una buena noticia. Al margen de valor político cada vez más incierto de Ham, su hipotética muerte significaba la brutalidad del nuevo régimen y una perspectiva de hostilidades abiertas entre detractores y defensores del golpe.
El cerco informativo es claro y muy eficaz, y contribuye notablemente a la aparente normalidad. Se habla de los nuevos ministros con naturalidad pasmosa e inmediatamente se pasa a otras informaciones. Salvo CNN, los hondureños tienen en este momento pocas fuentes de información. Cuando escribo estas líneas, Radio Progreso, la prestigiosa emisora de los jesuitas ha dejado de emitir y no sé si es un problema técnico o han vuelto a entrar los militares, como hicieron ayer. A lo largo de la tarde (son ahora las ocho de la noche del día 29) van sumándose las noticias, llegadas a cuentagotas, y más por internet o por el teléfono, que revelan una cierta escalada represiva. Contenida, eso sí, pero aparentemente dispuesta a no ceder un ápice.
Los manifestantes que resguardaban el palacio presidencial fueron desalojados por la fuerza. Parece que hay un muerto y una treintena de heridos. Una periodista de Telesur fue secuestrada por los militares y no se sabe dónde se la han llevado.
En el Frente a Frente de esta mañana, programa de máxima audiencia nacional, el invitado como analista fue Billy Joya, el ex comandante del 3.16, batallón tristemente célebre en los años 80 y responsable de ejecuciones extrajudiciales bajo la doctrina de seguridad nacional. ¿Qué significa eso? Aún es prematuro decirlo, pero tenemos un nuevo gobierno que no tiene complejos en su defensa a ultranza de las posiciones más conservadoras. Enrique Ortez, el nuevo canciller, hombre sagaz y curtido en mil batallas da, en cambio, en CNN una impresión patética. Sin argumentos ante las preguntas de la periodista, aparece como un déspota apertrechado tras sus convicciones golpistas. Me sorprende. ¿Será un gobierno tan débil que caerá por su propio peso en unos días ante la presión internacional? ¿O estará hecho para durar y para llevarse por delante a quien ose oponérsele? Es la duda más seria que a uno le asalta a día de hoy. ¿Estara Micheletti tras su minuto de gloria revanchista y efímera, después de haber perdido todo su caudal político en las últimas primarias? ¿O estamos ante un cambio de rumbo sustancial que nos sumergerá en una etapa en la que las garantías constitucionales experimentaran un retroceso de varias décadas? Seguramente todo depende de la actitud de unos y otros en los próximos días. Incluso en el exterior. El aislamiento de la comunidad internacional puede ser un punto decisivo, pero una presión excesivamente personalista de Chavez, teñida de amenazas, más parece que encastillará a los golpistas hasta volver a resucitar, como ya han hecho, los fantasmas de la amenaza comunista. Este gobierno recoge lo más rancio del bipartidismo tradicional en la expectativa de que el pueblo hondureño es el de siempre. ¿Lo es? No lo parece, hay señales durante todo el día de hoy que muestran una gran dignidad y capacidad de resistencia, pero es cierto que las divisiones son profundas.
Hay como tres grandes grupos dentro de la sociedad civil. Los que se han creído todo ese asunto de que Zelaya derivaba hacia el autoritarismo y el socialismo del siglo XXI y se siente aliviados por ver cómo se alejan en el horizonte los Castro y los Ortega; ellos están con el golpe aun sin ser necesariamente gente malintencionada políticamente. Un segundo grupo son lo que creen que con Zelaya se va una especie de Che Guevara con sobrero vaquero que redimiría a las clases populares; son los más activos, sin duda, y los más implicado en estas primera horas; también pueden ser peligrosos si pierden la perspectiva de lo que se está jugando, que es mucho más que la defensa de la confusión ideológica de un gobierno que perdió el rumbo, o que nunca lo tuvo. Está un tercer grupo, seguramente minoritario: los que creen que Zelaya ha sido un mal gobernante pero no tienen dudas de que era el gobernante legítimo y que Micheletti es una calamidad muy superior, tanto por su persona, como por lo que representa, como por la forma brutal en que ha llegado a donde está. Dentro de unos minutos comienza el toque de queda. Va de nueve de la noche a seis de la mañana. No se sabe muy bien para qué, pero intimida. Quizás es simplemente eso. Han salido rumores de que algunos batallones se han rebelado a los golpistas y muestran su lealtad a la institucionalidad que representaba Zelaya. Mañana lo veremos. También nos llega por la tele que Zelaya asevera que vendrá el jueves. El nuevo canciller trata de hacer un chiste con ese regreso pero se ve que es una eventualidad que no tenían prevista. Habrá que esperar a mañana. Hoy no hay forma de tener más noticias, salvo la de los medios de comunicación hondureños que guardan un silencio vergonzante. Da la impresión de que vivimos momentos decisivos. Este va a ser un parto difícil pero si se derroca este gobierno ilegítimo, la democracia puede volver a ser una esperanza para el pueblo hondureño. Si esto se queda así, las perspectivas son poco halagueñas. Como mínimo muchos años más de estéril bipartidismo y una cultura política anclada en el siglo XIX.
La primera impresión que tuve al llegar a Honduras la mañana del lunes 29 es la de entrar en un país que vivía con serenidad un cambio de régimen irrelevante para la ciudadanía. Luego, los acontecimientos de todo el día se ha ido encargando de devolverme panoramas mucho más sombríos y complejos. Para entrar a El Progreso, ciudad en la que permanezco, hay que traspasar el Puente de la Amistad que hoy ha permanecido cerrado al tráfico todo el día: desde las 9 de la mañana a las 6 de la tarde. Mañana la gente está convocada de nuevo para las siete a la resistencia pacífica.
Llegué al país con el rumor terrible del asesinato de Cesar Ham, líder de la formación izquierdista Unificación Democrática. Inmediatamente, en el puente, que tuve que pasar caminando, me confirmaron que no era cierto. Una buena noticia. Al margen de valor político cada vez más incierto de Ham, su hipotética muerte significaba la brutalidad del nuevo régimen y una perspectiva de hostilidades abiertas entre detractores y defensores del golpe.
El cerco informativo es claro y muy eficaz, y contribuye notablemente a la aparente normalidad. Se habla de los nuevos ministros con naturalidad pasmosa e inmediatamente se pasa a otras informaciones. Salvo CNN, los hondureños tienen en este momento pocas fuentes de información. Cuando escribo estas líneas, Radio Progreso, la prestigiosa emisora de los jesuitas ha dejado de emitir y no sé si es un problema técnico o han vuelto a entrar los militares, como hicieron ayer. A lo largo de la tarde (son ahora las ocho de la noche del día 29) van sumándose las noticias, llegadas a cuentagotas, y más por internet o por el teléfono, que revelan una cierta escalada represiva. Contenida, eso sí, pero aparentemente dispuesta a no ceder un ápice.
Los manifestantes que resguardaban el palacio presidencial fueron desalojados por la fuerza. Parece que hay un muerto y una treintena de heridos. Una periodista de Telesur fue secuestrada por los militares y no se sabe donde se la han llevado.
En el Frente a Frente de esta mañana, programa de máxima audiencia nacional, el invitado como analista fue Billy Joya, el ex comandante del 3.16, batallón tristemente célebre en los años 80 y responsable de ejecuciones extrajudiciales bajo la doctrina de seguridad nacional. ¿Qué significa eso? Aún es prematuro decirlo, pero tenemos un nuevo gobierno que no tiene complejos en su defensa a ultranza de las posiciones más conservadoras. Enrique Ortez, el nuevo canciller, hombre sagaz y curtido en mil batallas da, en cambio, en CNN una impresión patética. Sin argumentos ante las preguntas de la periodista, aparece como un déspota apertrechado tras sus convicciones golpistas. Me sorprende. ¿Será un gobierno tan débil que caerá por su propio peso en unos días ante la presión internacional? ¿O estará hecho para durar y para llevarse por delante a quien ose oponérsele? Es la duda más seria que a uno le asalta a día de hoy. ¿Estara Micheletti tras su minuto de gloria revanchista y efímera, después de haber perdido todo su caudal político en las últimas primarias? ¿O estamos ante un cambio de rumbo sustancial que nos sumergerá en una etapa en la que las garantías constitucionales experimentaran un retroceso de varias décadas? Seguramente todo depende de la actitud de unos y otros en los próximos días. Incluso en el exterior. El aislamiento de la comunidad internacional puede ser un punto decisivo, pero una presión excesivamente personalista de Chavez, teñida de amenazas, más parece que encastillará a los golpistas hasta volver a resucitar, como ya han hecho, los fantasmas de la amenaza comunista. Este gobierno recoge lo más rancio del bipartidismo tradicional en la expectativa de que el pueblo hondureño es el de siempre. ¿Lo es? No lo parece, hay señales durante todo el día de hoy que muestran una gran dignidad y capacidad de resistencia, pero es cierto que las divisiones son profundas.
Hay como tres grandes grupos dentro de la sociedad civil. Los que se han creído todo ese asunto de que Zelaya derivaba hacia el autoritarismo y el socialismo del siglo XXI y se siente aliviados por ver cómo se alejan en el horizonte los Castro y los Ortega; ellos están con el golpe aun sin ser necesariamente gente malintencionada políticamente. Un segundo grupo son lo que creen que con Zelaya se va una especie de Che Guevara con sobrero vaquero que redimiría a las clases populares; son los más activos, sin duda, y los más implicado en estas primera horas; también pueden ser peligrosos si pierden la perspectiva de lo que se está jugando, que es mucho más que la defensa de la confusión ideológica de un gobierno que perdió el rumbo, o que nunca lo tuvo. Está un tercer grupo, seguramente minoritario: los que creen que Zelaya ha sido un mal gobernante pero no tienen dudas de que era el gobernante legítimo y que Micheletti es una calamidad muy superior, tanto por su persona, como por lo que representa, como por la forma brutal en que ha llegado a donde está. Dentro de unos minutos comienza el toque de queda. Va de nueve de la noche a seis de la mañana. No se sabe muy bien para qué, pero intimida. Quizás es simplemente eso. Han salido rumores de que algunos batallones se han rebelado a los golpistas y muestran su lealtad a la institucionalidad que representaba Zelaya. Mañana lo veremos. También nos llega por la tele que Zelaya asevera que vendrá el jueves. El nuevo canciller trata de hacer un chiste con ese regreso pero se ve que es una eventualidad que no tenían prevista. Habrá que esperar a mañana. Hoy no hay forma de tener más noticias, salvo la de los medios de comunicación hondureños que guardan un silencio vergonzante. Da la impresión de que vivimos momentos decisivos. Este va a ser un parto difícil pero si se derroca este gobierno ilegítimo, la democracia puede volver a ser una esperanza para el pueblo hondureño. Si esto se queda así, las perspectivas son poco halagueñas. Como mínimo muchos años más de estéril bipartidismo y una cultura política anclada en el siglo XIX.